Por Sole Leyva
Es el epítome de este Masters Series de Madrid. A apenas dos metros del pasillo por el que el martes se deslizó Feliciano López a la pista central antes que el vigoroso Mónaco le diera candela, se apilaban sacos de cemento y una carretilla. Probablemente ‘Feli’, que jugaba en casa –pertenece a la exigua escuela madrileña pese a nacer en Toledo-, pensó en las críticas de Rafa Nadal o Tommy Robredo de días anteriores. Y es que a esta Caja Mágica, 157 millones de euros de inversión después, todavía le queda rodaje.
Polémica fue su ubicación. El barrio de San Fermín, en Usera. A 400 metros de esa novedosa estructura de hormigón y policarbonato resopal de Dominique Perrault se arraciman cientos de viviendas de realojo, pisos sociales, donde los portales huelen a lejía, muchas casas se caen y otras se dejan caer. Lo que menos necesitaban los vecinos de esta zona era un recinto de acceso cerrado.
Difícilmente disfrutarán de ese precioso e inmenso árbol en medio de un lago artificial, de los más de 30 focos que iluminan el cielo - inventados por cierto por Albert Speer, arquitecto de Adolf Hitler-, o de las almejas chilenas de la zona VIP, que sirven camareros austriacos venidos a Madrid ‘ex profeso’. Tampoco de los remozados ‘banks’ del Manzanares, por cuyas cercanías los jubilados se lo pasarían ‘teta’.
Ayer los mortales, esos que no llevan trajes del Corte Inglés, ni van engominados, ni son políticos, ni empresarios, ni presumen de meretrices de VISA, falda corta y pezones como monedas, ni les hacen la pelota instituciones con las que tienen relación, se quejaban con razón de las amplias zonas reservadas para los VIP.
Todo parecía montado para ellos. En las instalaciones para los privilegiados, situadas en uno de los fondos de la pista central (Manolo Santana), con ambiente perfumado por canciones brasileñas en directo, los Miguel Torres, Ariadne Artiles o Arancha de Benito de la vida se ponían tibios de sushi, solomillo y mojitos.
Allí no había carretillas, ni sacos de cemento. Camareros educadísimos visitaban las mesas cada tres minutos. “¿Quieren algo?, ¿Todo está bien?”. Hasta eran capaces de tropezarse por conseguir verter en tu vaso la cerveza que reposaba en cubitera no fuera a ser que lo hicieras tú y se armara la mundial.
En este tenis de Ion Tiriac –factótum del Masters- el tenis es al final complementario. Una oportunidad de universalizarlo, de hacerlo llegar a la gran masa, se queda en agua de borrajas. Si no que se lo digan a Dementieva, oro olímpico. Sólo cien personas de las 12.000 que caben se quedaron a ver su partido tras el de 'Feli'. De ellos sólo unos 20 estaban en los palcos, que ocupan gran parte de la grada. En la zona VIP, entre empujones ’apijados’, los de los trajes del Corte Inglés cerraban negocios, cuchicheaban sobre tal o cual, se bebían cuatro cubatas por la patilla y ni siquiera divisaban esos pisos bañados de lejía.
Que la pelota bote muy alta, que los vestuarios sean estrechos, que se hayan construido sólo ocho pistas de entrenamiento en vez de las 15 prometidas, que quieran convertir la arcilla en azul por no sé qué motivo publicitario, que haya errores en los horarios de entrenamiento, que el gimnasio sea pequeño, que haya problemas de acceso en coche, que el número uno del tenis mundial raje contra el torneo, son meros detalles sin importancia. La zona VIP es ‘niquel’. Lo demás no importa.
Ni siquiera que mientras jugara ‘Feli’ se escuchara música rock saliendo de algún sitio de la estructura. “¡Santana, quita la música, coño!”, se escuchaba que decían varios aficionados mientras el toledano se limpiaba su rostro perlado de sudor. Tras 15 minutos y varios gritos después, Manolo Santana, cabeza visible del torneo, dio la orden desde el palco y se quitó. Viendo lo visto, tampoco hubiera sorprendido que continuara.
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