martes, 18 de agosto de 2009

La judía que hizo el saludó nazi en el 36

Por Sole Leyva
Helen Mayer era rubia, alta y tenía los ojos verdes. En su especialidad, la esgrima, era una de las mejores del mundo. Alemana de nacimiento, era el paradigma de la raza aria que Adolf Hitler quería que dominara el mundo. Un pibón de la época -sus largas trenzas rubias rompían corazones- que además era un crack cuando se enfundaba la careta.

Con 17 años consiguió la medalla de oro en los Juegos de Ámsterdam de 1928. En Alemania las muñecas con su cara se vendían como churros. Sólo tenía un gran fallo para el Führer, un fallo que resultó letal para seis millones de personas. Mayer era judía.

Tuvo suerte. Si aquel verano de 1933, cuando Hitler se alzó con el poder votado por el pueblo, no se hubiera ido de intercambio a una escuela de esgrima de California, probablemente hubiera acabado en un campo de concentración, con su maleta, sus zapatos y su florete arrinconados en algún cuartucho de aquellos malditos campos de la muerte.

Poco después de que el Führer ganara las elecciones, se descubrió que el padre de Mayer era judío. Mayer quedó exiliada en EEUU. Se le retiró la nacionalidad alemana. No fue la única.
La Asociación de Box Alemana expulsó al campeón aficionado Erich Seelig por su condición de judío. Otro atleta judío, Daniel Prenn -el tenista alemán mejor clasificado- fue expulsado del equipo de la Copa Davis de Alemania. Gretel Bergmann, una campeona de salto, fue expulsada de su club alemán el mismo dramático año de 1933.

Hitler no los quería ver ni en pintura, pero la presión internacional, principalmente de los yankis, británicos y suecos hizo que el asesino de bigote plegara alas y prometiera que incluiría en la delegación alemana a 21 deportistas de origen judío. Todo estaba planeado para convertir los Juegos del 36 en Berlín en una plataforma publicitaria a nivel mundial y no iba a permitir que nada lo impidiera.

Donde dijo digo dijo Diego. 21 fueron los que prometió y finalmente sólo se incluyó a Mayer. La rubia judía consiguió la medalla de plata para Alemania, protagonizando junto a la lección del negro Jesse Owens una de esas grandes historias que jalonan el periplo olímpico. Y es que durante la ceremonia de entrega de medallas, para sorpresa de muchos, Mayer hizo el saludo nazi mientras gritaba 'Heil Hitler'.

Se especuló en la prensa internacional con que se vio obligada a hacer el gesto -toda la delegación alemana lo debía hacer- porque dos de sus hermanos vivían todavía en Alemania y temía represalias. La prensa oficialista apuntaba que Mayer realmente no se sentía judía. Nadie nunca supo que pasó exactamente por su cabeza, pero a Hitler le vino de perlas. Era un vértice más de su maquiavélico plan para mostrar una Alemania tolerante y pacífica. Si una judía saludaba el Führer, de que tenéis que preocuparos.

Alemania acaparó la mayoría de las medallas y su capacidad organizativa y los resultados de su campaña propagandística de un régimen moderado calaron a muchos. El New York Times llegó a señalar que las Juegos habían devuelto a Alemania a "la comunidad mundial" y le habían restituido su "humanidad". Qué rata astuta el pérfido Hitler.

Una vez finalizados los Juegos, Mayer regresó a los Estados Unidos y, en 1937, consiguió el oro en Campeonato Mundial de París. Moriría 15 años después en EEUU. La esgrimista que le arrebató el oro se llamaba Ilona Scharerer Elek, y competía bajo la bandera de Hungría, que luego se alió a Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Elek también era judía.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Un comunista en los Lakers

Morrison: ¿ajedrecista pajillero o jugador de baloncesto?
Por Rocheteau
Mark Few, entrenador de la universidad de Gonzaga, recomendó a sus chavales que fuesen a misa, al día siguiente se encontró con una leyenda en la pizarra del vestuario: "Religion is the opiate of the masses".

Adam Morrison podía haber sido un fan de Magic, pero le gustaba Larry Bird. Podía haber nacido en una gran ciudad, pero el chico es de Montana. Podía haber tenido cualidades atléticas, pero aunque Dios le dio 2.07 metros, le hizo más bien lento, diabético y con cara de paleto. Así que le dio por jugar al baloncesto en una universidad de chicos blancos, católicos y tirando a red necks: Gonzaga (véase John Stockton).

Con este currículum, Morrison no parecía nacido para jugar ante Jack Nicholson, seducir a esa gran Marbella versión skyline que es Los Ángeles, ser adoptado por Hollywood como Pau Gasol y encontrar su hueco en una banda de 12 tíos vestidos de amarillo nacidos para vender camisetas. Pues, para colmo, Adam Morrison es comunista. O eso creen los yankees.

¿Qué tiene en su habitación un teenager comunista? Un póster del che Guevara. Pues nuestro alero no. A él le va la droga dura y se colgó uno de ese periodista piloso de Tréveris: don Karl Marx.

Pelo a lo afro para un blanco
Cuando Morrison era un jovenzuelo que empezaba a meterlas de todos los colores, las crónicas destacaban su tendencia 'leftie' y la ánécdota del póster. En la final del campeonato estatal de institutos, con un ataque de hipoglucemia, se cascó 37 puntos. Luego, en Gonzaga (donde su juego empezaba a encontrar eco en todo EEUU), será por genética (su padre jugó en Europa y llevaba el pelo a lo afro... siendo blanco) o por rebeldía, le dio por dejarse crecer el vello facial.
Si a los Gasol les salió una estética entre Big Foot y Robinson Crusoe, a Morrison le dio un aire guevarista guevarista que, unido a su historia "ladiabetesnopermitiráquenoseaundeportistadeélite", hizo de él carne de Sports illustrated.
Sus aficionados, ataviados con falsos mostachos, portaban camisetas con el lema: "You can't stop the stache" (No puedes parar al bigote). Las aficiones rivales preferían coros como: "¿Dónde está Scooby?", por su parecido con Shaggy, el torpón grunge dueño del perro de dibujos.

Para Morrison, fan de Rage Against the Machine, los partidos eran rituales médicos. Cuando más tarde se jugase, mejor era para su cuerpo. Comía un filete, una patata hervida y una verdura exactamente dos horas y 15 minutos antes del encuentro. Pese a ello, en algunos partidos, Morrison llegaba a pincharse insulina cinco veces, mientras sus compañeros escuchaban las indicaciones del entrenador.

Anticapitalista o algo así
En un reportaje del USA Today, le preguntaron si se sentía comunista.

- sólo me interesa cómo un hombre pudo condicionar el siglo XX 150 años antes. No soy un comunista convencido. O un anticapitalista o algo así.

También le preguntaron a Few, el entrenador. Y él dio la clave: "Algunos pensaron que era un radical. Pero no lo es, aunque profundiza mucho en las cosas. Sólo es un tipo con el que puedes debatir. Alguien que ha leído mucho. Y bien".

El chico, quizás el jugador más conocido por el gran público de la cosecha 2006, llegó a los Bobcats como número 3 del draft. Había sido elegido mejor jugador del año en la NCAA y todos le auguraban el estrellato de la NBA. Tres años después, ¿alguien conoce en España a Adam Morrison?

Unos dicen que a la NBA no le gusta tener un criptocomunista entre sus mejores jugadores. Otros, que la diabetes es demasiado para el ritmo NBA. Su segunda temporada la pasó en blasnco tras romperse el ligamento cruzado de la rodilla. A lo mejor simplemente le pasó como a cientos de rookies: fracasó.

Pero a finales de la temporada pasada, los Lakers le hicieron venir de Charlotte. Morrison ya no lleva bigote y hasta se ha cortado el pelo, como si quisiera cortar de una vez por todas con la barrila del "jugador comunista". Bueno, del jugador que leía libros. Phil Jackson no le dio bola. Jugó 8 partidos y cinco minutos de media.

Pero llegaron las ligas de verano. Y Morrison ha vuelto a ser aquel chico torpón que las metía de todos los colores: desde fuera, a media distancia, jugando al poste... Ha metido más de 20 puntos de media y empieza a merecer un hueco en el roster, al menos como reserva de Lamar Odom.

Nunca será un verdadero laker. Ni arrastrará a los fans de Hollywood al Staples. Pero igual el "jugador comunista" termina por encontrar su hueco en el templo del enterntainment capitalista.