jueves, 21 de mayo de 2009

El diván del Baskonia

Por Qadir Jeelani
Ah, Vitoria, la bella Gasteiz: el barrio medieval de piedra y pizarra, el suave ensanche burgués, los bosques acechantes, el bello cementerio en el centro de la ciudad, el nosequé de ciudad de provincias rica, el "de aquí, de toda la vida", en boca de sus habitantes, la represión sexual, el frío, el frío, el frío...

Un escenario clásico para cualquier relato de horror psicológico. Con menos que eso, Thomas Bernhard y Salzburgo se hicieron mutuamente felices y famosos.

Pero no nos dejemos llevar por lo novelesco. Vitoria está en nuestros corazones, básicamente, porque tiene un equipo de fútbol muy malo y un equipo de baloncesto muy bueno y muy desquiciado llamado Baskonia.

Lo interesante, claro, es eso de 'desquiciado'. Empecemos por su superintendente, Josean Kerejeta (cuando jugaba en el Real Madrid, se llamaba Querejeta, aunque no quisiera que este texto se leyera en clave política), que ha impuesto una fuerte 'cultura empresarial' (ay, qué palabras) basada en estar sistemáticamente en el límite de la norma, y si se puede, un pasito más alllá, abriendo caminos. Nada que reprochar. Con ese método, han llegado éxitos impensables para la SAD de una ciudad de 220.000 habitantes.

Pero eso marca.

¿Hacemos un poco de psicología colectiva sobre la afición del Buesa Arena? Este tipo de discursos tienden al infantilismo y a la bobez, lo sé, pero no puedo evitarlo: en términos postfreudianos, diríamos que en la psique baskonista hay una zona seca/dura/masculina representada por la imagen de Dusko Ivanovic y Andrés Nocioni conjurados durante algún partido del Periodo Clásico Baskonista (PCB, en mayúsculas,por favor). Y hay una zona húmeda/blanda/femenina que reside en el famoso triple de Alberto Herreros, frustrante final de ese PCB.

Cinco casos clínicos

Pero, queridos aficionados a la psiquiatría, mejor haremos si nos fijamos en la plantilla baskonista, en la corta y admirable rotación que dirige Ivanovic, el superyo baskonista : Prigioni, Rakocevic, Roe, McDonald y Splitter; Ilievski (ahora, el temporero Lucas), Vidal, San Emeterio, Teletovic y Barac (ahora, el temporero Baldo). Cuatro superclases, tres muy buenos jugadores, el clásico 'underachiever' castigado de todos los equipos de Ivanovic (recordemos a Marc Gasol), un par de figurantes... Y, sobre todo, cinco casos de diván clarísimos. Seis, si se tiene en cuenta al propio 'coach I', sujeto evidente de manías compulsivas. Y siete, si consideramos al gran villano del baskonismo, el bipolar Felipe Reyes.

Los enumeraré de menor a mayor interés.

En el admirado Tiago Splitter se observan rasgos de melancolía y tendencias depresivas relacionados con el síndrome Lord Jim (no lo busquen en las enciclopedias, me lo inventé yo mismo hace unos años en una taberna). Como el personaje de Conrad, Tiago es el más talentoso, el más guapo, el más especial de los muchachos del Baskonia. Pero sobre su conciencia pesa aquel inverosímil saque de fondo que entregó al Real Madrid el balón del famoso triple de Herreros. Y cada partido apretado que deviene en un calvario de tiros libres para el pobre Tiago, que se enfrenta al reto de la redención. Carne de psicoanálisis liberador clásico.

En Will McDonald, el cuadro es fácilmente observable: ensimismamiento, emotividad mal canalizada, tendencia a la indisciplina, apatía, episodios de agresividad... La tentación es atribuir este comportamiento a una causa psicosocial, más que psíquica (el pobre chico negro, insatisfactoriamente educado, crecido en un ambiente violento...), aunque eso huele a paternalismo postracial. En cualquier caso, el tratamiento es sencillo y, en resumen, conductista. ¡Ánimo Will!

Tengo mis dudas en el caso de Mirza Teletovic, mocetón bosnio-croata de muñeca maravillosa y condiciones físicas privilegiadas, defensor regularcito y buscapleitos habitual. Y además, de un tipo de buscapleitos muy especial. A diferencia de otros duros como Felipe Reyes (que se meten en líos por episodios de enajenación o trastorno bipolar) o Axel Hervelle (mamporrero por cierto código del honor equivocado), Teletovic parece meterse en líos por gusto. Se diría que se ha dado impunidad para ser malo, lo que se ajusta bastante a la definición clásica de la personalidad psicópata. Pero aquí surge la duda: ¿Es Teletovic (Teletubbie, coloquial y paradójicamente) un verdadero psicópata sin superyo? ¿O es el suyo un problema de simple inmadurez? ¿Lo tupimos a píldoras? ¿O bastará con un proceso de reeducación emocional? Habrá que esperar.

Las dudas sobre Teletovic tienen que ver con el ejemplo vecino de Pablo Prigioni, el caso más claramente clínico de la plantilla del Baskonia. Como ocurre con los psicópatas, Prigioni discurre normalmente y tiene un discurso inteligente. Sin embargo, su interlocutor, al cabo de unos minutos, empieza a descubrir la desconexión emocional del paciente. El psicópata no siente empatía hacia el otro. Pigrioni, tampoco, y de ahí sus arranques de furia ante decisiones arbitrales contrarias y razonables o cuando Ivanovic lo relega al banquillo al término de partidos en los que el Baskonia gana de 35. Su caso, además, está agravado por episodios de desrealización y percepción alterada (aquella final Tau-Unicaja, aquel tiempo muerto de Scariolo) y adornado por una lucidez escalofriante, propia de una película de asesinos en serie. Pide a gritos una camisa de fuerza.

Superioridad moral

Menos grave, pero aún más fascinante me parece el caso de Igor Rakocevic, libre de enfermedades mentales pero anclado en el pantanoso terreno de las angustias. Digámosllo claramente: Rakocevic es el perfecto caso para un psicoanalista, dado que el gran tema de su vida es el placer y el deseo como problemas. Jamás me canso de ver a Rako en acción, impaciente y aseteado por los tics cada vez que se le escapan dos posesiones sin poder cumplir su deseo ni obtener su placer: tirársela él. Hubo un tiempo en el que veía a Rakocevic con la antipatía que despiertan los jugadores egoístas. Hoy me merece toda la ternura del mundo.

Sí, ternura. Ejemplos como el suyo me sirven para defender otra teoría de mi propia cosecha: "El baloncesto tiene una dimensión psicológica que jamás tendrá el fútbol". La cancha cercana, su población limitada y las interrupciones en el juego permiten que los jugadores se expresen emocionalmente, que los espectadores observen su lenguaje corporal y sus dinámicas de grupo y que sepan de ellos lo que jamás podrá aprender un abonado con asiento en la fila 42 de Mestalla. Desde allí, se ve a los jugadores como lejanas manchitas de colores en movimiento.

Ay. Al final, todo esto nos ha conducido a la triste imagen de siempre: un nacionalista del baloncesto solitario e incomprendido proclama su superioridad moral sobre el fútbol sin que nadie le haga caso. Y digo lo de nacionalista porque a veces me siento como un votante de ERC, atormentado al comprobar que los de al lado (los del fútbol, los españoles...; gentes peores, en cualquier caso) gozan de un prestigio que a nosotros se nos niega. Por eso estamos siempre con esta fastidiosa letanía: Soymejorquetú, soymejorquetú, soymejorquetú.

El que necesita un psiquiatra quizá sea yo.

2 comentarios:

  1. MAgnífico, me voy a estar deshuevando cada vez que vea un partido del TAU. Aunque seamos pocos, siempre seremos más listos.

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  2. Yo creo que el apunte de la dupla Reyes-Hervelle da para un futuro post... sin olvidar a un tipo peligroso como Plaza, al indolente Mumbrú y a Marko Tomas, depresivo crónico...

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