jueves, 14 de mayo de 2009

"El mejor partido que vi en mi vida"

Por John Wyatt
No lo busquéis en youtube. No está. Tampoco lo leeréis en los obituarios que glosan la vida y milagros de Chuck Daly. No os servirá de nada poner su nombre en google e intentar buscar esta historia. Te garantizo que no aparecerá, ya lo he intentado encontrar yo mismo, tan sólo veréis retazos inconexos que no descubren demasiado.

El caso es que ha acudido a mi mente en cuanto he sabido de la muerte de Chuck Daly, alma mater de los Bad Boys (Los Pistons de Detroit del 89 y 90) y timonel del Dream Team de Barcelona 92, aquel fastuoso equipo de estrellas, algunas ya en decadencia, que dejó a todos los equipos a una media de 40 puntos de ventaja y nos legó jugadas para el recuerdo.

Aunque fueron literalmente de vacaciones (Chuck Daly, el técnico de aquel equipo, sólo los entrenó un par de días en Barcelona) no tuvieron rival en los partidos que disputaron frente a otras selecciones, algunas muy potentes, como la Croacia de Petrovic.

Lo más parecido a un duelo igualado, capaz de extraer lo mejor de cada jugador de aquella selección, sólo hubiera sido posible si se hubieran enfrentado entre ellos. Y fue posible. Sucedió un mes antes de los Juegos, en la concentración que Daly les preparó en Monte Carlo. Chuck, molesto con la actitud de los jugadores por acostarse tarde y pasar muchas horas en su famoso casino, les abroncó con dureza en el entrenamiento.

Eran los mejores jugadores del mundo, pero nadie les iba a regalar nada. Para que los más veteranos fueran cogiendo el ritmo preparó un partidillo. En un lado, los más viejos, en el otro, los más jóvenes más Michael Jordan, campeón del anillo esa misma tamporada.

El gimnasio de Grace Kelly
En aquel vetusto y caluroso gimnasio, usado antaño por Grace Kelly y propiedad de la familia real monegasca, el combinado más veterano comenzó aquel partido bailando a los jóvenes, con Chris Laettner, el único universitario, en sus filas. Bird metiendo triples, Magic comandando contraataques, Ewing adueñándose de la pintura. Se fueron 30 puntos arriba en un suspiro. En contra, Jordan, Pippen o Barkley no daban ni una. Chuck Daly, con el silbato y el cronómetro en el cuello, arbitraba el cotarro e intentaba que los piques no fuera a mayores, hasta que la paliza se tornó humillante. Y llegó el descanso.

Sólo tres auxiliares y tres periodistas (ni un sólo cámara, ni un fotógrafo, ni un micrófono abierto), estadounidenses y amigos de Daly, vieron lo que sucedió después. Mientras que Bird, Magic y compañía se refrescaban en el vestuario entre bromas distendidas, Jordan reunió a su equipo.

Al margen de Daly, que se quedó pasmado contemplando la escena, el 23 de los Bulls comenzó a gritar. Dijo que hacía tiempo que no se sentía tan humillado, que se avergonzaba de sus compañeros, que les faltaba orgullo, que no iba a dejar que unos jugadores semirretirados, a los que él había vencido en los últimos años en las finales de la NBA, le dejaran en evidencia. Y todos entendieron el mensaje.
Cuando los veteranos volvieron a cancha, se encontraron con una imagen que no esperaban. Jugadores enrrabietados, con la ira en su rostro y los músculos tensos. A los pocos minutos del segundo tiempo, los jóvenes habían robado varios balones y, mediante triples y contraataques, se colocaron a 12 puntos.

Daly, viejo zorro, estaba disfrutando con el encuentro. Pidió tiempo y se fue hacia los veteranos para pedirles más tensión. «Estos tios os van a remontar el partido mientras que os quedáis mirando. Demostrad que sois grandes por algo. Os están arrollando».

La canasta decisiva
Los últimos 10 minutos de partido han quedado, para algunos testigos, como los mejores de la historia del baloncesto. Los dos equipos se vaciaron: Jordan golpeó a Bird después de que el Celtic metiera un triple y se lo dedicara. Luego fue Barkley el que se encaró con Bird. Jordan insultó a Magic y Magic le propinó otro golpe a Mullin. Cada bloqueo era una batalla, cada rebote, una puñalada en el orgullo del rival. Llegaron empate al último minuto, pero Jordan metió la canasta decisiva.

Nadie sabe cual fue el tanteo final, ni cuantos puntos metió este o el otro. Poco se conoce de aquel encuentro sin estadísticas. Daly, años después, dijo que el mejor partido que había visto en su vida fue aquel entrenamiento, pero no dio más datos. Los jugadores acabaron destrozados por el esfuerzo, magullados, rotos, algunos con bolsas de hielo en sus rodillas.

¿Que cómo me enteré de la historia? Un amigo de alguien que estuvo allí (uno de los tres periodistas yanquis, con nombres y apellidos), me lo contó. Nunca se había publicado por orden expresa de Daly, pero lo contaba como una batallita. Su relato es tal cual lo he desgranado más arriba.

Un mes después estos jugadores fueron medalla de oro y asombraron al mundo con su baloncesto de leyenda, pero eso es otra historia.

2 comentarios:

  1. Interesante historia. Yo se la había leído hace tiempo a Trecet. He buceado un poco y aquí está:

    http://cort.as/-9d

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