Por Sole Leyva
A los 42 años Dikembe Mutombo se ha ido de casa. En esos dos rectángulos pintados de la NBA ya no pintaba nada –promedió esta temporada 1,6 puntos y 3,4 rebotes por partido-, y su rival ahora es otro: su África maltrecha por el olvido y la irresponsabilidad, su Congo natal, en guerra perpetua, del que partió con 17 años y una beca deportiva en el zaguán rumbo a Georgetown para convertirse en médico, su gran obsesión, curar a generaciones de congoleños enfermos. Al final estudió lingüística, aunque su destino, con esos 2,18 de estatura, estaba predeterminado.
Echaremos de menos esos mates casi sin saltar, ese acojone de los aleros al entrar a canasta y ver la muralla, ese dedo índice moviéndose como un péndulo espetándole al rival “no en mi casa” tras colocarle una chapa. Al anunciar el miércoles que deja la NBA tras 18 temporadas dijo que no sabía lo que haría. Mentira. Cumplirá lo que vino a hacer cuando cruzó el charco, lo que no paró de desarrollar desde que ganó su primer millón de dólares al fichar por los Atlanta Hawks en 1991 tras brillar con los Hoyas en la NCAA. Ayudar a los más desfavorecidos.
Con deportistas así da igual la carrera que hagan, pero el caso de Mutombo es excepcional. Nunca fue una gran estrella, y muy pocos colocaron su póster en la habitación, pero fue ocho veces All Star, cuatro veces Mejor Jugador Defensivo y sigue siendo el segundo mayor taponador de la historia de la Liga (3.289). Jugó dos finales, con los Sixers en 2001 y con los Nets en 2003 –ambas perdidas- y hasta los 35 años siempre promedió, como mínimo, 10 puntos por partido.
Cuando la rodilla del pivot de los Rockets hizo chás esta semana frente a Portland, dijo good bye: “Nadie pensó que el tipo grande se retiraría como un soldado herido”. Muchos africanos que triunfan en otros continentes se consideran a sí mismos meros soldados, en batalla constante, lastrados por su piel, por su pertenencia a un continente al que casi siempre se le da la espalda. “Voy a correr como un negro para ganar como un blanco”, decía Eto´o. Mutombo peleó día a día, centímetro a centímetro. Hasta Yao Ming, su compañero de equipo, se quejaba de su dureza en los entrenamientos, una brutal intensidad que lesionó a Michael Jordan, Dennis Rodman, Charles Oakley o Patrick Ewing, entre muchos otros.
Mutombo, como Eto´o, tampoco dio la espalda a su continente. Era su prioridad. "Dios nos da tiempo en el mundo. Tenemos la obligación de cumplir ese momento, para hacer una diferencia". Ese es el lema del africano, cuya fundación, creada en 1996 bajo su nombre, ha esparcido por su país natal decenas de millones de dólares a través de nuevas escuelas y hospitales.
El pívot ha sido un activo importante en la organización de Baloncesto sin Fronteras, emisario de la NBA en África, portavoz de la agencia internacional de socorro CARE, y primer emisario juvenil del programa de las Naciones Unidas para el desarrollo. Para poder jugar al baloncesto en el Congo Mutombo puso como obligación que el chaval acudiera a clases para prevenir el SIDA. Sin educación, la lacra más sangrienta de los dos últimos siglos seguirá creciendo. Sin clases no hay baloncesto.
USA Weekend le nombró el Atleta Más Humanitario de 1999 por sus esfuerzos en recaudar dinero para África y fue el primer jugador de la NBA en recibir en dos ocasiones el galardón J. Walter Kennedy, que premia al jugador que más servicios y dedicación presta a la sociedad. Hasta el Congreso de EEUU llegaron sus peticiones. De él arrancó dos millones de dólares para financiar clínicas y centros de salud en su país. Su cénit humanitario llegó en 2006, cuando se inauguró la primera instalación moderna de Kinshasha en 40 años: un gran hospital. Costó 29 millones de dólares. 15 de ellos los puso el baloncestista de su bolsillo. No mientas Mutombo. No digas que no sabes lo que harás ahora. Lo has estado haciendo siempre.
A los 42 años Dikembe Mutombo se ha ido de casa. En esos dos rectángulos pintados de la NBA ya no pintaba nada –promedió esta temporada 1,6 puntos y 3,4 rebotes por partido-, y su rival ahora es otro: su África maltrecha por el olvido y la irresponsabilidad, su Congo natal, en guerra perpetua, del que partió con 17 años y una beca deportiva en el zaguán rumbo a Georgetown para convertirse en médico, su gran obsesión, curar a generaciones de congoleños enfermos. Al final estudió lingüística, aunque su destino, con esos 2,18 de estatura, estaba predeterminado.
Echaremos de menos esos mates casi sin saltar, ese acojone de los aleros al entrar a canasta y ver la muralla, ese dedo índice moviéndose como un péndulo espetándole al rival “no en mi casa” tras colocarle una chapa. Al anunciar el miércoles que deja la NBA tras 18 temporadas dijo que no sabía lo que haría. Mentira. Cumplirá lo que vino a hacer cuando cruzó el charco, lo que no paró de desarrollar desde que ganó su primer millón de dólares al fichar por los Atlanta Hawks en 1991 tras brillar con los Hoyas en la NCAA. Ayudar a los más desfavorecidos.
Con deportistas así da igual la carrera que hagan, pero el caso de Mutombo es excepcional. Nunca fue una gran estrella, y muy pocos colocaron su póster en la habitación, pero fue ocho veces All Star, cuatro veces Mejor Jugador Defensivo y sigue siendo el segundo mayor taponador de la historia de la Liga (3.289). Jugó dos finales, con los Sixers en 2001 y con los Nets en 2003 –ambas perdidas- y hasta los 35 años siempre promedió, como mínimo, 10 puntos por partido.
Cuando la rodilla del pivot de los Rockets hizo chás esta semana frente a Portland, dijo good bye: “Nadie pensó que el tipo grande se retiraría como un soldado herido”. Muchos africanos que triunfan en otros continentes se consideran a sí mismos meros soldados, en batalla constante, lastrados por su piel, por su pertenencia a un continente al que casi siempre se le da la espalda. “Voy a correr como un negro para ganar como un blanco”, decía Eto´o. Mutombo peleó día a día, centímetro a centímetro. Hasta Yao Ming, su compañero de equipo, se quejaba de su dureza en los entrenamientos, una brutal intensidad que lesionó a Michael Jordan, Dennis Rodman, Charles Oakley o Patrick Ewing, entre muchos otros.
Mutombo, como Eto´o, tampoco dio la espalda a su continente. Era su prioridad. "Dios nos da tiempo en el mundo. Tenemos la obligación de cumplir ese momento, para hacer una diferencia". Ese es el lema del africano, cuya fundación, creada en 1996 bajo su nombre, ha esparcido por su país natal decenas de millones de dólares a través de nuevas escuelas y hospitales.
El pívot ha sido un activo importante en la organización de Baloncesto sin Fronteras, emisario de la NBA en África, portavoz de la agencia internacional de socorro CARE, y primer emisario juvenil del programa de las Naciones Unidas para el desarrollo. Para poder jugar al baloncesto en el Congo Mutombo puso como obligación que el chaval acudiera a clases para prevenir el SIDA. Sin educación, la lacra más sangrienta de los dos últimos siglos seguirá creciendo. Sin clases no hay baloncesto.
USA Weekend le nombró el Atleta Más Humanitario de 1999 por sus esfuerzos en recaudar dinero para África y fue el primer jugador de la NBA en recibir en dos ocasiones el galardón J. Walter Kennedy, que premia al jugador que más servicios y dedicación presta a la sociedad. Hasta el Congreso de EEUU llegaron sus peticiones. De él arrancó dos millones de dólares para financiar clínicas y centros de salud en su país. Su cénit humanitario llegó en 2006, cuando se inauguró la primera instalación moderna de Kinshasha en 40 años: un gran hospital. Costó 29 millones de dólares. 15 de ellos los puso el baloncestista de su bolsillo. No mientas Mutombo. No digas que no sabes lo que harás ahora. Lo has estado haciendo siempre.
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