
Helen Mayer era rubia, alta y tenía los ojos verdes. En su especialidad, la esgrima, era una de las mejores del mundo. Alemana de nacimiento, era el paradigma de la raza aria que Adolf Hitler quería que dominara el mundo. Un pibón de la época -sus largas trenzas rubias rompían corazones- que además era un crack cuando se enfundaba la careta.
Con 17 años consiguió la medalla de oro en los Juegos de Ámsterdam de 1928. En Alemania las muñecas con su cara se vendían como churros. Sólo tenía un gran fallo para el Führer, un fallo que resultó letal para seis millones de personas. Mayer era judía.
Tuvo suerte. Si aquel verano de 1933, cuando Hitler se alzó con el poder votado por el pueblo, no se hubiera ido de intercambio a una escuela de esgrima de California, probablemente hubiera acabado en un campo de concentración, con su maleta, sus zapatos y su florete arrinconados en algún cuartucho de aquellos malditos campos de la muerte.
Poco después de que el Führer ganara las elecciones, se descubrió que el padre de Mayer era judío. Mayer quedó exiliada en EEUU. Se le retiró la nacionalidad alemana. No fue la única.
La Asociación de Box Alemana expulsó al campeón aficionado Erich Seelig por su condición de judío. Otro atleta judío, Daniel Prenn -el tenista alemán mejor clasificado- fue expulsado del equipo de la Copa Davis de Alemania. Gretel Bergmann, una campeona de salto, fue expulsada de su club alemán el mismo dramático año de 1933.
Hitler no los quería ver ni en pintura, pero la presión internacional, principalmente de los yankis, británicos y suecos hizo que el asesino de bigote plegara alas y prometiera que incluiría en la delegación alemana a 21 deportistas de origen judío. Todo estaba planeado para convertir los Juegos del 36 en Berlín en una plataforma publicitaria a nivel mundial y no iba a permitir que nada lo impidiera.
Donde dijo digo dijo Diego. 21 fueron los que prometió y finalmente sólo se incluyó a Mayer. La rubia judía consiguió la medalla de plata para Alemania, protagonizando junto a la lección del negro Jesse Owens una de esas grandes historias que jalonan el periplo olímpico. Y es que durante la ceremonia de entrega de medallas, para sorpresa de muchos, Mayer hizo el saludo nazi mientras gritaba 'Heil Hitler'.
Se especuló en la prensa internacional con que se vio obligada a hacer el gesto -toda la delegación alemana lo debía hacer- porque dos de sus hermanos vivían todavía en Alemania y temía represalias. La prensa oficialista apuntaba que Mayer realmente no se sentía judía. Nadie nunca supo que pasó exactamente por su cabeza, pero a Hitler le vino de perlas. Era un vértice más de su maquiavélico plan para mostrar una Alemania tolerante y pacífica. Si una judía saludaba el Führer, de que tenéis que preocuparos.
Alemania acaparó la mayoría de las medallas y su capacidad organizativa y los resultados de su campaña propagandística de un régimen moderado calaron a muchos. El New York Times llegó a señalar que las Juegos habían devuelto a Alemania a "la comunidad mundial" y le habían restituido su "humanidad". Qué rata astuta el pérfido Hitler.
Una vez finalizados los Juegos, Mayer regresó a los Estados Unidos y, en 1937, consiguió el oro en Campeonato Mundial de París. Moriría 15 años después en EEUU. La esgrimista que le arrebató el oro se llamaba Ilona Scharerer Elek, y competía bajo la bandera de Hungría, que luego se alió a Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Elek también era judía.