sábado, 25 de abril de 2009

El soldado Mutombo se va de casa


Por Sole Leyva
A los 42 años Dikembe Mutombo se ha ido de casa. En esos dos rectángulos pintados de la NBA ya no pintaba nada –promedió esta temporada 1,6 puntos y 3,4 rebotes por partido-, y su rival ahora es otro: su África maltrecha por el olvido y la irresponsabilidad, su Congo natal, en guerra perpetua, del que partió con 17 años y una beca deportiva en el zaguán rumbo a Georgetown para convertirse en médico, su gran obsesión, curar a generaciones de congoleños enfermos. Al final estudió lingüística, aunque su destino, con esos 2,18 de estatura, estaba predeterminado.

Echaremos de menos esos mates casi sin saltar, ese acojone de los aleros al entrar a canasta y ver la muralla, ese dedo índice moviéndose como un péndulo espetándole al rival “no en mi casa” tras colocarle una chapa. Al anunciar el miércoles que deja la NBA tras 18 temporadas dijo que no sabía lo que haría. Mentira. Cumplirá lo que vino a hacer cuando cruzó el charco, lo que no paró de desarrollar desde que ganó su primer millón de dólares al fichar por los Atlanta Hawks en 1991 tras brillar con los Hoyas en la NCAA. Ayudar a los más desfavorecidos.

Con deportistas así da igual la carrera que hagan, pero el caso de Mutombo es excepcional. Nunca fue una gran estrella, y muy pocos colocaron su póster en la habitación, pero fue ocho veces All Star, cuatro veces Mejor Jugador Defensivo y sigue siendo el segundo mayor taponador de la historia de la Liga (3.289). Jugó dos finales, con los Sixers en 2001 y con los Nets en 2003 –ambas perdidas- y hasta los 35 años siempre promedió, como mínimo, 10 puntos por partido.

Cuando la rodilla del pivot de los Rockets hizo chás esta semana frente a Portland, dijo good bye: “Nadie pensó que el tipo grande se retiraría como un soldado herido”. Muchos africanos que triunfan en otros continentes se consideran a sí mismos meros soldados, en batalla constante, lastrados por su piel, por su pertenencia a un continente al que casi siempre se le da la espalda. “Voy a correr como un negro para ganar como un blanco”, decía Eto´o. Mutombo peleó día a día, centímetro a centímetro. Hasta Yao Ming, su compañero de equipo, se quejaba de su dureza en los entrenamientos, una brutal intensidad que lesionó a Michael Jordan, Dennis Rodman, Charles Oakley o Patrick Ewing, entre muchos otros.

Mutombo, como Eto´o, tampoco dio la espalda a su continente. Era su prioridad. "Dios nos da tiempo en el mundo. Tenemos la obligación de cumplir ese momento, para hacer una diferencia". Ese es el lema del africano, cuya fundación, creada en 1996 bajo su nombre, ha esparcido por su país natal decenas de millones de dólares a través de nuevas escuelas y hospitales.

El pívot ha sido un activo importante en la organización de Baloncesto sin Fronteras, emisario de la NBA en África, portavoz de la agencia internacional de socorro CARE, y primer emisario juvenil del programa de las Naciones Unidas para el desarrollo. Para poder jugar al baloncesto en el Congo Mutombo puso como obligación que el chaval acudiera a clases para prevenir el SIDA. Sin educación, la lacra más sangrienta de los dos últimos siglos seguirá creciendo. Sin clases no hay baloncesto.

USA Weekend le nombró el Atleta Más Humanitario de 1999 por sus esfuerzos en recaudar dinero para África y fue el primer jugador de la NBA en recibir en dos ocasiones el galardón J. Walter Kennedy, que premia al jugador que más servicios y dedicación presta a la sociedad. Hasta el Congreso de EEUU llegaron sus peticiones. De él arrancó dos millones de dólares para financiar clínicas y centros de salud en su país. Su cénit humanitario llegó en 2006, cuando se inauguró la primera instalación moderna de Kinshasha en 40 años: un gran hospital. Costó 29 millones de dólares. 15 de ellos los puso el baloncestista de su bolsillo. No mientas Mutombo. No digas que no sabes lo que harás ahora. Lo has estado haciendo siempre.

viernes, 17 de abril de 2009

Hevad Kahn: ¿el Bobby fisher del Póker?

Por John Wyatt
Su ascendencia india y su facilidad para el cálculo mental decidieron por él. A imagen y semejanza de los grandes maestros de su país, el pequeño Hevad sería ajedrecista. Su inteligencia, su capacidad innata, su desparpajo ante el tablero lo convirtieron pronto en un niño campeón en Poughkeepsie, una ciudad cercana a Nueva York. Se publicaron artículos en periódicos locales sobre sus victorias. Pero poco a poco, conforme se fue dando cuenta que ganar torneos de ajedrez no daba dinero, fue cambiando sus preferencias. Tenía 22 años.

Si el ajedrez no daba un duro, ni siquiera para los grandes maestros, ¿con qué actividad se podría ganar millones de dólares y fama mundial aplicando esas mismas reglas de lógica y probabilidad? Hevad ya había jugado al póker en la universidad y no se le había dado nada mal, así que elegir fue sencillo. Comenzó por Internet. Todas las noches, Hevad abría una cuenta y jugaba hasta el amanecer. Al principio, pocas cantidades. Luego fue subiendo. Llegó a ganar cientos de miles de dólares en pocos días.

Uno de los casinos online en los que jugaba, afincado en las Islas Caimán, revisó una a una sus partidas, sus apuestas, cada uno de sus movimientos. Los estaba arruinando. Sus especialistas descubrieron que alguien jugaba al otro lado de la pantalla hasta 43 partidas a la vez, y que ese alguien aplicaba la lógica a la perfección, sin errores, a una velocidad endiablada. Los del casino pensaron: “Han inventado un programa informático que aplica reglas matemáticas. Nos están desplumando con un puto robot”.

Los de las Caiman, sintiéndose timados, cerraron esa cuenta y confiscaron el dinero. Hevad reaccionó con calma. Decidió buscar el teléfono para clientes, marcarlo y hablar con los responsables. Se identificó:

- Soy Hevad Khan, un cliente al que habéis quitado todo lo que había ganado los últimos 10 días.

- Señor Khan, la cuenta se ha cerrado porque es delito usar programas informáticos para jugar al póker en nuestro casino. Lo dicen las reglas que usted se compromete a respetar.

- Eso es una acusación grave y sin sentido. Puedo probar que el que juega soy yo sin ayuda de nadie.

- Es imposible. Nadie puede jugar tan rápido 64 partidas seguidas sin error. Es imposible.

- Entonces yo le propongo que esta noche me habiliten la cuenta. Voy a entrar a jugar 43 partidas simultáneas de ‘sit and go’ en la modalidad Texas hold ’em. Voy a grabarme jugando ante el ordenador. Luego les voy a enviar el vídeo para que verifiquen que cada uno de los movimientos que yo hago coincide con los que ven ustedes allí. Si lo hago, si pruebo que no soy un robot, les exijo que me devuelvan el dinero.

Dicho y hecho. Este es el vídeo.



Desde entonces, Hevad se dedica al póker profesional. No sólo arrasa online, sino en las mesas más importantes de los mejores casinos del mundo. De hecho, acaba de embolsarse 200.000 dólares por vencer en el torneo Pokerstars Caribbean Adventure. Aunque le apodan el ‘Bobby Fisher del tapete’, su carácter no coincide exactamente con el del apocado mito estadounidense. Hevad gana una mano y ruge, baila sobre la mesa, tira las cartas y es capaz de imitar aquella carrerita que hizo tan famoso a Fernando Vázquez.

lunes, 6 de abril de 2009

Clark Kent jugó en los Lakers


I'm Kurt Rambis, they call me "Superman",

And I'm known to give a help-ing hand,
Now there's a rival on the street,
And we all gotta "work" to get it beat.

Por John Wyatt
¿Se puede jugar con gafas de pasta al baloncesto? ¿Se puede ser alero sin anotar un solo triple en 14 años de carrera deportiva en la NBA? ¿Se puede ser el jugador más querido por tus fans y más odiado por todos los demás equipos de la liga? ¿Se puede uno enredar, partido sí, partido también, en peleas brutales sin que a uno le retiren la licencia de jugador? La respuesta es sí. Kurt Rambis, el Clark Kent de Los Angeles Lakers, lo hizo.

En el legendario Forum cantaban canciones dedicadas a su corpachón de leñador, a su careto de ajedrecista palurdo, a ese bigote ochentero a lo Village People y sus modales de camionero. Sus seguidores, aún hoy, son legión. Con ese carácter, no es casual que su primer equipo fueran los Broncos de California y, de ahí, debido a sus movimientos toscos, viajar al AEK de Atenas. Alguien en Los Ángeles pensó en recuperarlo para el baloncesto NBA. Y llegó a los Lakers.


Junto a Magic, Worthy, Kareem o Cooper formó parte de aquel equipo que, de la mano de Pat Riley, fue bautizado como 'showtime'. Rambis, buen reboteador, gran corredor de contraataques y mejor defensor, gano cinco anillos, varios de ellos a los todopoderosos Celtics de Larry Bird saliendo desde el banquillo, sí, y sacando de quicio al mismísimo Kevin McHale, el tipo más antipático para la hinchada angelina. Sus enfrentamientos fueron antológicos. En varias ocasiones acabaron separados por sus compañeros y expulsados del campo. En el vídeo podemos ver una de ellas.

Cuando se retiró hizo una de las pocas cosas que pueden hacerse en Hollywood: vivir del cine. Siguió los pasos de su compañero McNamara, que hizo de Chewaka en 'Star Wars', y participó en cuatro películas con papeles de freak. El más conocido es el de 'Johnny Mnemonic', de Keanu Reeves, una bobada futurista.

Hoy, todavía sin haber renovado sus gafas de pasta, toca en un grupo de rock.